Cambiar el rumbo de nuestro país requiere un esfuerzo titánico y sostenido en el tiempo. "El ideal" es un Ecuador donde los servicios públicos funcionen de manera eficiente, donde los impuestos se traduzcan en beneficios reales y sostenibles para todos, y donde los recursos se gestionen con responsabilidad y transparencia. Un país donde se garantice que todos los niños y jóvenes tengan acceso a una educación de calidad que los prepare para ser competitivos en un mundo globalizado, impulsándolos hacia trabajos productivos y significativos. Además, donde la gestión se enfoque en la eficiencia de los recursos, alejándose de los vaivenes de la política y lo abstracto, y concentrándose en resultados. Un Ecuador con una matriz energética sostenible y un aporte significativo a la protección del medio ambiente. Pero, actualmente, esto parece un sueño lejano.
Este cambio no se logrará en cuatro años, ni probablemente dentro de esta generación. Para alcanzar este ideal, será necesario tomar decisiones difíciles: reinstitucionalizar el Estado, reconstruir las bases de nuestra sociedad y sembrar, desde temprana edad, una nueva mentalidad en los jóvenes. Es imperativo inculcarles que el trabajo, más que la dependencia del Estado, es la verdadera fuente de independencia y bienestar. El rol del Estado debe limitarse a garantizar equidad de oportunidades y derechos fundamentales como la educación, la salud y la seguridad.
Debemos romper con el modelo inoculado en Latinoamérica desde la época de Perón en los años 40 y 50, y de Castro en los 60, que promovía (¡y aún promueve!) al Estado como el pilar central de la redistribución de la riqueza. Aunque la justicia social y la igualdad son valores esenciales, su interpretación distorsionada ha llevado a la creencia de que primero hay que distribuir para luego producir, en lugar de entender que solo se puede distribuir lo que antes se genera. Cambiar esta mentalidad es una tarea monumental.
No habrá cambios si no damos el primer paso y asumimos nuestra responsabilidad como ciudadanos. Sin embargo, no podemos ignorar las circunstancias actuales: un sistema institucional débil y peligroso, que perpetúa una mentalidad de dependencia y dificulta cualquier transformación. Un sistema corrupto que refuerza estructuras que frenan todo. La dependencia de recursos naturales finitos, combinada con una economía aún poco diversificada, y la creciente deuda pública que sostiene este perverso sistema.
Ecuador no tiene tiempo que perder. El mayor riesgo es perpetuar esta mentalidad de dependencia, donde se espera que el Estado resuelva todos los problemas mientras se ignoran las oportunidades de construir un futuro basado en decisiones, esfuerzo, productividad y sostenibilidad.
Pero el peligro acecha. Debemos evitar que regresen modelos de gobierno que refuercen esta dependencia. Mi voto refleja mi preocupación por este tema. Por un lado, veo a una joven candidata con coraje, preparación y una visión clara, pero que estará limitada por una Asamblea que no la apoyará, y sin certeza de que cuente con el equipo o la estructura necesaria. Por otro lado, está la opción de votar por alguien que, al menos, asegura alejarnos cuatro años más de ese modelo de dependencia estatista y que, de algún modo, nos acerque al camino que deseo para el país.
Comparto esta reflexión, ya que efectivamente es una disyuntiva, donde el discurso "del hacer", se estrella ante el temor de buscar seguridad.