Son 3400 millas náuticas de navegación entre Baltra y Nuko Hiva.
“Miles y miles de olas subiendo y bajando contra estribor y babor del velero, mientras su proa se enfila a su destino, sin que el viento deje nunca de besar tu rostro” [ de mis apuntes…].
Seis horas diarias, entre las guardias en el puente, más tareas de registro en el cuarto de máquinas, así como de limpiar la cocina después de los almuerzos. Millones de estrellas entre Galápagos y Polinesias pintando mis noches de a bordo, humedeciendo mis ojos muchas de ellas, llevándome a recordar aquellas de mi infancia, en que acostado en la arena con mis hermanos alrededor de una fogata, escuchábamos a mi madre, mirando al cielo, historias y cuentos antes de dormir.
Mis islas Galápagos, que nunca fueron parte de un continente y que brotaron del fondo del océano en erupciones jóvenes de apenas 4 a 5 millones de años, se unieron en esta mi travesía, con estas otras, las Polinesias, que existen más de 175 millones de años en el océano, como pedazos de tierra desprendidas, cuando las masas continentales seguía partiéndose, desperdigándose en nuestro Pacifico.
“Es ya viernes, …al navegar y sentir como la nave se mueve, en que suena su interior con ese crujido, que se entiende está previsto sentirlo ya que está diseñado para soportar el golpe y la fuerza de las olas en medio de esa inmensidad de mar, igual te sientes vulnerable, ya que tu vida depende no solo de ti, sino de la experiencia de esta tripulación, de la capacidad de quienes construyeron esta nave y de la sabiduría transmitida por siglos de aquellas leyes universales de la navegación” [ de mis apuntes…].
La vida humana en las Polinesias tiene ya 3500 años de historia. Iniciándose en migraciones a través del mar desde el Sureste de Asia hacia estas islas, llegando primero a Samoa y Tonga, y desde ahí siguieron vía marítima en extraordinarias balsas a las otras islas, las Cook, Tahití, Tuamotu, Marquesas, que forman parte de este inmensa triangulo en el Pacifico en que los une una sola cultura, la polinésica. Con Hawái al norte, Nueva Zelandia al oeste, y Rapa Nui al este.
Las nuestras en cambio, la vida humana data realmente de 200 años atrás, y esporádicos habitantes en el par de siglos previos, no teniendo una cultura propia ancestral, sino esta mezcla migratoria indisociable con el sitio del cual soy parte, pero que nos da inalienablemente una condición similar a todos quienes en diferentes partes del planeta vivimos en islas. Somos “isleños”.
Esa historia ancestral humana de las Polinesias hizo que la UNESCO declare un sitio de la isla Raiatea, el “Tapulapuatea” Patrimonio Cultural de la Humanidad, por ser un sitio sagrado antiguo donde se realizaba una ceremonia tradicional, de su vida humana.
Nosotros en cambio nuestra declaración de Patrimonio Natural por la misma organización mundial es por “La belleza natural de las islas, la diversidad y singularidad de especies, endemismo”, y por su origen volcánico, considerándose un laboratorio vivo de procesos evolutivos aún en marcha.
Pero el océano y lo isleño nos une.
Historias de navegaciones, descubrimientos, conquistas, piratería, capturas de ballenas, investigación, todo esto en travesías de estos últimos cinco siglos son fascinantes. Somos islas oceánicas. Nuestra condición humana también nos une, en que aun con estas diferencias ancestrales, culturales, de intereses y prioridades, vivimos y tenemos siempre esa sensación de estar rodeado de mar.
“En esa tarde de Baltra, Yvonne me despidió en el muelle. Nostalgia, pero sed de viaje. Enrumbamos para rodear por el oriente de Santa Cruz, ¡pero de un lado de esta isla que no había visto antes! El Edén, Guy Fowlers, Pinzón, …Las fragatas prácticamente volando al ras de nosotros. De ahí el capitán con rumbo 230 busca ese sur, hacia esas corrientes y vientos que nos llevará en esas especiales vías, que solo los navegantes conocen para llevarnos al oeste, allá, a los mares del sur” [ de mis apuntes…].
Trece días de mar y cielo, de atardeceres y amaneceres donde cada salida y caída del sol fue una carga de vida a los sentidos. De haber regalado por lo menos una estrella a cada uno de mis seres queridos. Ver que Venus cada noche igual marcaba también su rumbo, ¡indicándonos – ey! yo soy la estrella! Cientos de páginas leídas; mi mente acariciada con miles de pensamientos. Dos pescados capturados, pero deliciosamente cenados. Un delfín solitario por un día nos guiñó el ojo. Sí, fueron trece días que marcaron mi mente y mi alma. Y ese amanecer de aquel Domingo que, al levantarme para ir a la guardia, ya Juliet había fondeado, subo presuroso las escaleras y veo unas imponentes montañas verdes que rodeaba esa bahía, bordadas de nubes, para que, en uno de sus costados, en la falda de este vea un pueblo como salido de alguna historia, junto al mar. En su orilla unos jóvenes, mujeres y hombres, con tatuajes por todos sus cuerpos, y con tez de piel como la mía, llevaban sus caballos más adentro a bañarlos, jugando entre ellos. Era Nuko Hiva. Detenida en el tiempo esperando por mí. Recuerdo que al desembarcar y mientras llegaba a su muelle me sentí un explorador…un descubridor, una mezcla de sentimientos de llegar a ese lugar, hacia donde había preparado por mi trabajo en los últimos 20 años, documentos de zarpes a cientos y cientos de yates y veleros que seguían sus viajes, donde en cada uno de esos papeles oficiales, iba un pedacito de un sueño mío.
Quienes vivimos en islas en diferentes partes del mundo, estamos unidos. Somos diferentes. Hay islas países, otras no. Simples comunidades, o regímenes especiales; pero este hecho de vivir en islas debe ya romper esa idea de limitaciones. Nuestra mente debe ser universal. El carecer gran parte de lo que nos ofrece con mayor fuerza el consumismo actual es nuestro privilegio, debe ser nuestra ventaja. Dar valor a lo importante. A cuidar nuestro medio, nuestro océano, nuestra gente; y donde el concepto o el discurso pasa a segundo plano: ¡Somos lo que hacemos!
Termino el relato de mi viaje entre estos dos lugares tan diferentes, pero tan similares, con estas líneas que siento cada vez que salgo, y cada vez que entro a este archipiélago, nuestras islas…
“Para quien llega a ella, toda isla es una aparición, esperada y sin embargo repentina, como un nacimiento. En efecto, antes de poder pisar una isla hay que atravesar el mar o el cielo y es ahí, durante ese trayecto entre una tierra y otra, que el viajero siente lo que quiere decir isla: aislamiento” [ Christopher Greiner].
Ricardo Arenas P.
Santa Cruz, 7 de junio 2021 (…de mi travesía, Julio 2018)