sábado, 30 de noviembre de 2024

Las Memorias de Adriano

El tiempo, despiadado e imparable, avanza sin tregua, hacia adelante, sin marcha atrás. Irremediablemente, somos habitantes de La Tierra por una única vez. 

Y mientras los años se acumulan en nuestra espalda, más allá de cualquier reflexión filosófica sobre lo vivido o el lamento por lo omitido —que al final, en el instante presente, resulta ser lo menos relevante— comprendemos que nuestra travesía por esta tierra está limitada al efímero promedio de vida humana.

Es entonces, al despertar a esta conciencia que no todos alcanzamos o alcanzamos siempre, cuando el valor del momento se magnifica. Una sonrisa compartida, la ternura de una caricia, el deleite de un vino, una carrera a pesar del dolor que luego reclame tu cuerpo. Sentir el abrazo del mar en tus brazadas matutinas, o el calor de una llamada que acerca a quienes amamos. El placer de un buen ron deslizándose por la garganta, el aroma del tabaco encendido mientras contemplas el horizonte desde tu terraza, o el brillo de unos ojos que iluminan con su brillo, todo ello hace que valga la pena estar aquí presente.

Hoy, al reencontrarme con la primera página de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, en lo que ya es mi quinta lectura en esta vida pasajera, surgieron las líneas que preceden. Creo (y subrayo que es solo mi percepción) que aún estoy lejos de ese momento final del que Adriano reflexiona. Sin embargo, las palabras que dirige a su sucesor, Marco Aurelio, me impactaron profundamente desde que las leí por primera vez en mis veinte años. Con cada nueva lectura, esas líneas se asientan más profundamente en mi mente, ganando significado y claridad con el paso del tiempo.

 

Más que nunca, siento que no es algo abstracto, sino un acontecimiento que se aproxima, con sus particularidades, sus propios límites. Mi cuerpo, este fiel compañero, empieza a abandonarme, y no sin cierto arte en su proceder. Es un extraño y sutil placer observar este desgaste, medir, en este ser de carne que todavía soy, las señales del tiempo y los indicios de un final que ya no es tan lejano."

 

¡A seguir viviendo!

 

Ricardo Arenas P.

Galápagos, 30 noviembre 2024.




 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Hoy, 16 de noviembre


Hoy, 16 de noviembre, celebro dos vidas muy significativas. Por un lado, un amigo, hijo de mi primera amiga en Galápagos, fuerte e irreverente, profundamente conectado a estas islas que tanto amamos. Ahora está en el más allá, pero su energía sigue presente en los recuerdos. Por otro lado, mi suegra, una mujer que es historia en vida, madre de mi amor. Forjó su camino con trabajo, entrega y un amor incondicional que aún la mantiene con nosotros, irradiando esa fortaleza única.

Santa Fe amaneció hoy iluminada, con rayos de sol que se filtraban entre las nubes como pinceladas de luz, cargadas de la fuerza de la naturaleza. En esos destellos, cada uno encuentra su verdad y siente su conexión con lo eterno.

Durante mi paseo diario con Milos, vi una escena que me llenó de alegría y nostalgia: una chica corría con fuerza y felicidad, mientras un joven, desde su bicicleta, la filmaba con entusiasmo. Su zancada era firme, decidida, y verla me hizo pensar: ¡Qué ganas de correr así otra vez!

Pero  por ahora no puedo. Estoy enfrentando las huellas de más de 40 años de correr ininterrumpidamente, miles de kilómetros llenos de alegría, desafíos y sueños cumplidos. Ya lo hice, he corrido bastante, y aunque el cuerpo me pide descanso, qué satisfacción sentir que el paso de mis años pasan así, con el privilegio de haber vivido tantas experiencias intensas.

Mis músculos me duelen ahora porque los utilicé al máximo, persiguiendo metas, recorriendo caminos, y entregándome por completo a quienes amo y también a esos sueños que me empujaron a ir siempre más allá. Las arrugas en mi piel y su tez curtida son testigos de tantos amaneceres y atardeceres que me acompañaron en mis rutas, y de las noches bajo las estrellas que viví mientras corría, con el universo como único espectador.

El otro día caminé hasta Tortuga Bay, mi playa, mi templo. Fue extraño recorrer ese sendero que tantas veces hice corriendo. Al llegar, la marea baja y la brisa del mar me invitaron a vivir el momento, y aunque sabía que no debía, corrí. Por un instante me sentí nuevamente en casa, en ese rincón que guarda tantas carreras, pensamientos y sueños que han construido quien soy.

Ahora entiendo que la realidad es distinta para cada uno, pero todos compartimos algo: la gratitud. Por quienes nos quieren y a quienes queremos, por lo vivido y por la oportunidad de seguir construyendo momentos con las personas que nos importan, sin que la distancia física rompa los lazos que nos unen.

En esta nueva etapa, toca nadar, pero siempre seré corredor!

Santa Cruz, 16 de noviembre de 2024