sábado, 7 de enero de 2023

Y esta noche puedo decir...

 

 

“Y esta noche puedo decir, una vez más, que he estado a punto de morir. …El mar todavía ruge en mis oídos” [Irene Vallejo; de notas de Virgilio, en El Silbido del Arquerolectura que me motivó escribir una vivencia de una noche de mar con mi hijo Adriano.

 

Vivo de los yates y veleros que visitan o transitan por Galápagos. Estas islas, de inmenso valor por su naturaleza única, corrientes marinas, fuente de ciencia, es tan valioso o más, por su ubicación geográficamente estratégica ante las históricas y actuales navegaciones, que cruzan hacia y desde el Pacifico Sur.   Santa Cruz es mi hogar desde 1985, y como muchos, nos debemos mover entre las islas pobladas como parte de nuestra cotidianidad.  A partir del 2010 se empezó a implementar en forma regular un servicio de cabotaje entre los puertos poblados. Eso no excluye que sí hubo antes, pero era muy irregular y limitado. 

 

Por mi trabajo, al tener un yate o velero extranjero que han requerido mis servicios, para atenderlos, estos, deben recalar primeramente a la Isla San Cristóbal.  Es así que debo trasladarme siempre una tarde o día antes a su puerto para recibirlos y organizar su recepción. San Cristóbal está al Este de Santa Cruz, a 40 millas náuticas de distancia.

 

Pues lo que les voy a narrar sucedió en el 2007. Año muy importante para mí, después de uno difícil, en muchos sentidos. 

 

Agosto de ese año se caracterizó por ser un mes de mucho viento y frio. La influencia de la corriente Humboldt proveniente del Sur se lo sintió en toda su dimensión. Casi todos los días garuaba. Algo de neblina, en algunos amaneceres.  Tuve algunos veleros que atender; y yo feliz por eso.

 

El primero fue un hermoso velero clásico, tipo shooner de 65 metros y tres mástiles, llamado Adix. Posterior a recibirlo en San Cristóbal, este navegó a Baltra para tomar combustible, planeando para días después regresar nuevamente a la primera isla. 

De ahí debía regresar nuevamente a San Cristóbal a recibir otro velero. Este, también de tres mástiles, un Royal Huissman de 90 metros, Athena, que llegaba el domingo 12 de agosto. 

 

Desde el inicio de mi agencia naviera en 1999, buscaba siempre la forma de trasladarme de Santa Cruz a San Cristóbal. De hecho, a todo lugar donde debía trasladarme lo hacía contratando la lancha de mi amigo Fausto Lara, conocido como “Chiva Loca”. Esta era una fibra pesquera de unos 7,5 metros, sencilla pero segura, con sus compartimentos para hielo y pesca. Me acomodaba un cojín sobre el asiento de fibra. Me agarraba duro contra el borde de la nave y volábamos de un punto a otro sobre 20 nudos. Saltando sobre los golpes en cada ola al caer, bajo la confianza de la experiencia de él en decenas de años de navegar en los mares de Galápagos.   Cada viaje era una sensación de plenitud, de disfrutar el viento acariciando mi rostro, y sintiéndome en cada travesía un conquistador…el cumplir una misión.  El llevar radio, o chaleco, o gps, no era tan mandatorio. Todas estas navegaciones las hacíamos a la luz del día.

 

Para fines de julio del 2007, Fausto me indica que durante agosto iba a estar ocupado pero que me recomendaba otro pescador con otra lancha, para mis viajes. Más me apenaba en ese momento era el no contar con la compañía de él, hombre curtido en el mar y que cada navegación era un placer ir conversando y escuchando relatos de vida, de otras navegaciones, de historia de la gente de Galápagos.  Me presenta esta otra persona, quien me enseña el bote con el que íbamos a viajar. Este, más grande, con asientos, cubierta, con un marinero de ayudante, e inclusive con gps. 

 

El primer viaje de agosto para ir a recibir el Adix a San Cristóbal lo hice en este bote. Me sentí más cómodo. Hice las diligencias y el trabajo mío en ese puerto al velero; y a bordo del mismo navegué hacia Baltra.  Y desde ahí, regresé a Santa Cruz.

 

Converso en casa de que debía regresar a Cristóbal para recibir el Athena que amanecía el domingo 12, y vi una oportunidad de llevar a Adriano, con sus 12 años de edad, para que viva la experiencia conmigo. 

 

Esa salida la programé para la tarde del sábado 11 de agosto; y más aún que iba a ser en la nueva fibra de esta otra persona, la cual era más cómoda y hasta cierto punto más segura.   Esa mañana en puerto tuve cosas que hacer y preparar, así que programé zarpar a las 4 de esa tarde, calculando 2 horas de navegación, y en el peor caso en la oscuridad arribáramos, pero ya con la luz del puerto de San Cristóbal como guía, caso llegáramos anocheciendo.

 

Garuaba esa tarde y estaba fría. Contento con mi hijo llegamos al muelle de Las Ninfas, donde habíamos acordado con el capitán de la lancha estar antes de la hora acordada.

Cuál es mi sorpresa que al llegar estaba él, pero en otra fibra. No solo más pequeña con la que hicimos el viaje anterior, sino inclusive aún más pequeña que la de mi amigo Fausto.

Le pregunto: “-el marinero?”; me contesta: “-no pudo venir, pero no se preocupe que iremos bien”. Rápidamente pensé que no tenía otra opción, tenía que ir o ir, y no quería expresar temor delante de Adriano, para que no se sienta inquieto. 

 

“-Vamos!” dije. Aflojamos amarras y salimos. 

 

El mar estaba embravecido, el viento soplaba con fuerza, las olas hinchaban y hacían que la lancha suba con fuerza, y al caer golpee su casco con brusquedad. Usualmente toma a una lancha alrededor de 45 minutos hacer las primeras 12 millas hasta Santa Fe, isla que estando al Este, se encuentra en camino hacia San Cristóbal. No podíamos avanzar ni a 8 nudos. 

 

Yo estaba sentado en la banda de estribor sintiendo el golpe de la ola que con los vientos del Sur mojaban mi costado derecho. Pegado a mi izquierda iba Adriano, en silencio, estoico; asumo con miedo de esa primera parte de la navegación, pero asido a mí, donde yo en silencio maldecía al capitán de haberme traído en esa lancha.

 

Llegar a Santa Fé nos tomó dos horas. Casi ya sin luz empezamos a cruzar el lado norte de esa isla en paralelo a la misma. Sentimos como un alivio mientras la cruzábamos, ya que la isla nos protegía de la ola y golpe del Sur.  Empapados, avanzamos.  

Al terminar de cruzarla, vino de golpe el velo de la noche. Nos cubrió como un manto su negrura, y volvió el viento y la ola con fuerza a golpearnos y mojarnos. Todavía me sentía algo seguro, ya que esa ruta, aunque la había hecho en la luz del día, la había hecho decenas de veces; y el golpearnos o mojarnos no me importaba mucho.  Quizás pensé que sería mucha rudeza para una primera navegación para Adriano, pero a la final pensé, le servirá. 

 

En medio de esa total oscuridad mojándonos, no solo por el salpicar de las olas sino por la lluvia que caía también en ese momento… ya en mar abierto en el Noreste de Santa Fè, el capitán detiene abruptamente la marcha del motor. Entra un silencio que se mezclaba solo con el sonido del mar contra el bote. Nuestros pensamientos no se escuchaban, pero se sentía en nuestros cuerpos la tensión de lo que estábamos viviendo, y miro para atrás: …estaba orinando. Fueron minutos o segundos, no sabría cuántos, pero fueron gravitantes para lo que seguía…

 

Adriano temblaba. Cuando el agua y el frio penetra en tus ropas, lo haces.   “- ¿Papi, estamos bien?”.  “-si mijo, mientras estás conmigo nunca te pasará nada”. 

Recuerdo que le dije eso, pero a la vez sentí un estremecimiento ante aquella promesa de vida que he hecho a los míos siempre: “Mientras esté yo, los protegeré”.

 

Viro con dureza a buscar la cara del capitán, rostro que por la oscuridad no podía distinguir, y le pregunto: “-Trajiste el gps?”  “-No, don Ricardo, se me quedó, pero no se preocupe…que con las estrellas nos guiaremos…”

Silencio, angustia. Pero no lo expresaba; no quería que Adriano se sienta inseguro.  Se veía una que otra estrella en medio de un cielo cubierto de nubes de lluvia, entre olas que golpeaban, que hacían subir y bajar el bote con brusquedad. Avanzábamos. 

 

Confiaba en que la estrella que en un momento la veía y en otros no, deseaba que cuando vuelva aparecer, sea la misma que nos guiara.

 

De un momento a otro Adriano empezó a mojarse con más intensidad en su costado izquierdo. Con fuerza la ola golpeaba más en babor. Le pregunto al capitán “- Oye, ¿¡ves que la ola golpea ahora en babor!?” “-Ah don Ricardo, es que ha cambiado de dirección las corrientes…” En silencio, sabía que algo estaba mal. Pero no había marcha atrás, sin señal, sin nada…

 

Navegamos quizás ya más de una hora sin ver nada, todo en oscuridad profunda, salvo la espuma de la ola al golpear. No veíamos ninguna luz a la distancia por ningún lado, “confiando” en un capitán que supuestamente se estaba guiando por las estrellas que aparecían y no aparecían. Pregunté si teníamos suficiente gasolina. Teníamos mas tanques. Empecé a dudar que siguiéramos rumbo Este.  

 

Solo me importaba Adriano, quería que no sienta angustia, que no tenga frio, llevarlo a buen recaudo. Pensé que mi alma pendenciera estaba cobrándome en ese momento mis locuras de juventud. Impotencia de no poderme comunicar, angustiado saber que mi mujer debía también estarlo. Me carcomía el pensar que estaba causando dolor a otros. 

 

- ¡Soy del mar, -no es mi momento! me decía.  No debía entrar en pánico, y mi esperanza era que encontremos alguna luz en el horizonte. Todos estos pensamientos, mientras el mar con sus olas seguía subiendo y bajando con fiereza el bote, sin dejar de golpearnos, y mi hijo a mi lado cubierto en mi brazo y con mis palabras, que todo estará bien.

 

Pasaba el tiempo. Cada minuto era eterno; hasta que muy a la distancia distinguimos un par de luces. Distantes una de otra, pero muy vagas divisarlas.   “-Don Ricardo!, eso es Puerto Baquerizo” me dijo.  No parecía luz de un poblado a la distancia, pero era una luz. Y solo teníamos esas, para sostener nuestra esperanza. 

 

Seguíamos navegando y seguían distantes. La angustia crecía. En esos momentos, imploré. Sí, aun no sintiéndolo profundamente, imploré a los dioses, en medio de las olas que seguía mojándonos, y el sonido infinito del motor que a la vez deseaba que por nada del mundo se parase.

 

Avanzábamos, esas luces se dispersaron, ¡no se veía nada! ¡Y de un momento a otro paramos en seco!  Al frente nuestro, una inmensa pared de piedra, cual figura imponente en nuestras mentes agitadas, ¿un barranco?, ¿una isla?  Esa mancha inmensa en frente, parecía una aparición. No entendíamos qué era, de donde salió eso que no debía estar ahí. Mientras nos hacíamos preguntas internas y preguntas entre nosotros, y nuestra vista se acostumbraba a ver en la oscuridad, vimos que sobre ella había un resplandor tenue. 

 

¡Estábamos en el lado Este de Baltra! De un rumbo de 90 a 100 grados hacia el Este que era nuestro destino San Cristóbal, nos habíamos desviado brutalmente hacia el Norte, inclusive al Noroeste, a 330 grados. ¿Tuvimos la “bendición” (¿deberé usar esta palabra?), de que una corriente no nos puso más al Norte, donde no hubiéramos llegado a ninguna otra isla, salvo que Genovesa se nos hubiera cruzado.

 

Entendiendo donde estábamos, vino esa fuerza que nutre la tranquilidad, en que sientes que la sangre llena nuevamente tus arterias, que el alma regresa a tu cuerpo. Recordé que el Adix estaba dentro de Aeolian Bay en Baltra. 

Rodeamos la isla por el Norte, siempre junto a ella, viendo la imponencia de ese flanco, como ancla a la seguridad. Entramos a esa bahía, acoderándonos al velero. 

 

Hablé con su capitán narrándole lo sucedido de esa tarde y noche vivida, y nos acogió abordo.   Nos dio una habitación, nos bañamos con agua caliente, ropa seca y dormimos ahí.  Adix navegó esa madrugada hacia Cristóbal, donde estuvimos al amanecer.

 

Esa mañana… sentir como los rayos de sol alimentaba la vida del lugar, sus rayos de luz aclaraban el día, me asomé a la cubierta con mi hijo, ver aves en el cielo, el sonido de los lobos jugando en esa bahía, sentí unas lágrimas corriendo en mis mejillas. 

 

Con Adriano seguimos el plan, recibir el Athena, cumplimos el proceso de su recepción, y de ahí en el mismo velero, regresamos navegando a Santa Cruz.

 

En casa, al llegar no solo fueron unas lágrimas que me salieron, lloré agradecido por la vida. Vivimos una noche única. Adriano estuvo nuevamente con su madre, con su hermana. Ella, en nuestra ausencia, en su angustia ¡movió otro mundo! pero será parte de otra historia!...

 

Ricardo Arenas P.

Santa Cruz, 7 enero 2023.