sábado, 15 de julio de 2017

La nadada

Antes que se haga extemporánea esa sensación placentera que siento de un viaje que hice con Yvonne semanas atrás, es indudable que lo que apreciamos, interpretamos o sentimos, depende gran parte de cómo lo aprecias, te lo interpretan e interpretas, y cómo quieres sentir.

Viaje largo hasta llegar donde debimos hacerlo. Empezó la aventura en Sicilia; lugar y gente diferente, particular, latinos, de largas raíces, de hablar alto.
Me propuse un reto meses atrás,  deportivo para muchos pero inmensamente significativo para mi, cruzar nadando el Estrecho de Messina.  Este, aquel que separa Sicilia del resto de Italia, y que en todos los mapas del mundo lo vemos en la parte baja de la “bota”.
Horas y horas nadé en casa durante muchas semanas para llegar aquel momento de estar parado desde temprano de aquel domingo en el lado norte de esa ciudad orillera de pescadores de "pez espadas", mirando la otra costa que no conocía y  donde debía llegar.
Amaneció lloviendo; la información recibida que en esa época nunca pasa.  Sus aguas oscuras te indicaban que no eran iguales como las que rodean mis islas, pero a la final pensé son las mismas.  Al fin y al cabo mares diferentes, pero un solo océano.
Los botes preparados; “Giovanny” nadador y pescador local quien organizó la cruzada no dejaba de gritar, o mejor dicho, de hablar o dar indicaciones.  Éramos nadadores de diferentes lugares de todas las edades, familias, ajetreos, botes, mucha gente de soporte;  quizás yo era entre los participantes parte de los mayores.    Rayos de luz empezaron abrirse entre las nubes, los tonos de azul se ampliaron en el agua, Yvonne ya en uno de los botes, el grito de salida mientras el pulsómetro no se activaba…empezamos a nadar!

Brazada y brazada, intentando agarrar ritmo sin dejar de avanzar, Yvonne ahí en la cubierta del barco  podía verla entre cada respirada. Ella siguiéndome en mis locuras, y en cambio yo viendo lo inmensamente lejana que estaba esa otra orilla.
Habrán sido a los trescientos metros, que de un momento a otro una corriente de agua helada que nunca había sentido antes me agarró; no era fría, era helada.  Era uno de los pocos que nadé sin traje a lo galapagueño o a lo “yo mismo”.  Me oprimió el pecho y los pulmones, no podía sincronizar la respiración, y me faltaba aire, dudé si podría… pero se me vino en cascada a mi mente la cantidad de amanecidas y horas nadadas en la Estación Darwin, mi mujer que estaba ahí  luego de tremendo viaje desde Guayaquil hasta llegar a donde estábamos en este instante, en Adriano y Kiara que les paso repitiendo que hay que esforzarse hasta el final, y yo ahí, en medio de una temperatura helada que me tenia a punto de renunciar, con mis 54 años de edad congelándome, tan solo me repetía: sigue, sigue…sigue. 
Al kilometro de nadar a ese paso, que me parecía eterno cada búsqueda de aire y  ordenarme a mi mismo que no hay opciones, salí de esa corriente y ya  enfocado en un ritmo, pero en cambio, al grito de mi bote acompañante  hacerme saber que estaba desviado del rumbo.
Como una vida! para enrumbarme tuve que nadar otro kilometro más; mis ojos eran húmedos envuelto en pensamientos, recuerdos, mis vacaciones de niño, mis padres, mi vida, las nadadas en Ayangue, mis temores, caídas, inicios , y más inicios,  amores, y que solo somos cuerpo, alma, espíritu, y voluntad.
Reiterar que lo más importante en la vida es estar agradecido por todo, como por ese  sencillo privilegio de  estar ahí cruzando un canal de mar y  haciendo mi propia historia, que a la final es un granito para la de los míos.   Era necesario hacerlo? solo estará en mi la respuesta.  Solo nos queda “vivir para contarla”.

Qué diferente son las aguas del Mediterráneo con las del Pacifico y muy en especial con las de Galápagos.   Pero estando ahí afloraban tantos autores, tantas canciones escuchadas y cantadas; tantas narraciones, lo poco que sé de historia universal y de gentes por siglos que las han cruzado haciendo de este mundo lo que es, me los imaginaba ahí, viendo las mismas  montañas y sintiendo las mismas fuerzas que pasan por  ahí siempre.

Seguía con ese mar movido entre mis brazos entre  cada brazada para impulsarme. Lo abrazaba, de hecho el nadar  en mar abierto y lo leí por algún lado es: “abrazar el mar”.
Al tercero o entrando al cuarto kilometro volví a estar en otra corriente helada, pero yo ya no era el mismo, aun estando más cansado ya sabia cómo sobrellevarla, la otra orilla se veía más clara, divisaba ya casas, y sabia que esa misma corriente me daban esa razón, energía, deseos, sí… ese deseo inconmensurable que siempre tengo a todo, y que por tal no significa que todo sea racional.   

Peces muy pequeños veía, la orilla se acercaba, el del bote que me acompañaba creo que lo llevaba aburrido.  Los otros nadaron mas rápido que yo, pero ya estaba en lo mío me estaba ganándome a mi mismo.  Entre mi brazo derecho y las bocanadas de búsqueda de aire vi la hermosa sonrisa de Yvonne con esos ojos verdes intensos que han llenado parte de mi vida, que seguía en el bote sobresaliendo. Supe que había  viento porque su  cabello se movía. Sentí agradecimiento, siento amor.
Ya veía aquellas piedritas redondas en el fondo mientras nadaba…estaba llegando, seguí braceando, puse mis pies en tierra, apagué el pulsómetro, sonreí desde adentro! Sonrisa que solo la vio el reflejo de aquel mar  que me acompañó las casi dos horas de estos especiales cuatro kilómetros y medio que nadé.

El beso de ella, ponerme una chaqueta, y regresar a bordo de ese clásico bote pesquero siciliano al puerto de salida, entre los gritos o instrucciones de este  nadador de la zona que entiendo  es una leyenda viviente de la natación: “Giovanny”

Creo que en el pasado Albert Camus escribió sobre mi aún cuando no termino yo todavía de vivir. 
“ En mitad del invierno, encontré en mi, un verano invencible”.

El viaje continuó, pero seguirá en otras líneas….

Santa Cruz, Galápagos.

15 de julio 2017.

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