domingo, 2 de noviembre de 2025

Algo de historia de Galápagos, pero primero, unos números



Siempre tengo presente el dilema de convivencia en Galápagos: esa tensión entre una naturaleza cuyo valor existe solo mientras se mantiene conservada, y nuestra presencia humana, irreversible, con una historia singular, sin importar cómo haya llegado esta conjunción al punto actual.

Anoche salí a cenar durante una festividad. Cientos de niños, familias y personas caminando disfrazadas por la calle principal. Recordé aquellos desfiles cívicos en los que los estudiantes marchan entre tambores y bandas escolares, y me invadió la misma inquietud: todos esos niños, en pocos años, demandarán educación, empleo y recursos. Pero lo que más me impactó esta vez fue percibir a una población numerosa que, en su mayoría, no sentí realmente conectada con Galápagos.

 

Más allá del juicio de valor que pueda desprenderse de estas líneas, mi intención es reflexionar sobre la historia y el presente de las islas, y compartir una preocupación constante. En 2025 somos aproximadamente 28.500 residentes entre permanentes y temporales, aunque la población real ronda las 34.000 personas, considerando quienes viven en situación irregular (alrededor del 16 % al 17 %). No incluyo en esta cifra a los más de 300.000 turistas que nos visitan anualmente.   Si solo el 3 % del territorio terrestre puede destinarse legalmente al asentamiento humano, y analizamos las islas habitadas, encontramos densidades de entre 590 y 693 habitantes por km² en Santa Cruz y San Cristóbal. Esto representa entre nueve y diez veces más que el promedio nacional del Ecuador continental. Aunque la cifra no parezca extrema en términos globales, su distribución es grave por ser un territorio que comparte con una area protegida. Santa Cruz y San Cristóbal soportan una presión urbana desproporcionada, con claras repercusiones en el acceso al agua, la gestión de residuos, el transporte, los servicios y, sobre todo, la conservación.


El manejo de las islas, lamentablemente, no ha sido el más adecuado. Corregir este rumbo requiere decisiones no solo políticas o administrativas, sino a mi juicio económicas y estructurales impostergables. El Estado, a través de sus distintos gobiernos, no puede seguir delegando la administración de Galápagos mediante cuotas políticas. Es indispensable una visión que priorice la conservación de la naturaleza como el único camino real hacia la sostenibilidad del archipiélago.

 

Para comprender lo especial de las islas, es necesario regresar a la historia. Baltra tiene muchas, y por eso la escojo para este escrito.

 

Baltra, la isla situada al norte de Santa Cruz y separada por el canal de Itabaca, es para mí un lugar de profundo significado. En ella se concentra mucha historia, la más conocida en el siglo XX, cuando fue base militar de Estados Unidos desde 1942, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero más allá de ese episodio, siempre me ha intrigado por qué esta isla, originalmente conocida como Seymour Sur, lleva hoy el nombre de “Baltra,” y el canal que la separa de Santa Cruz, el de “Itabaca”.  Hoy Baltra es el epicentro logístico del archipiélago, con su aeropuerto ecológico, su terminal de combustibles y su papel esencial en la conectividad de las islas. Además, fue escenario de uno de los programas de repatriación de iguanas terrestres más importantes del Parque Nacional Galápagos. En su geografía árida y sus orillas silenciosas se percibe una esencia profunda, acompañada de esos vientos constantes que llegan a horas casi exactas. Para mí, Baltra tiene esa hermosura que solo comprende quien siente la isla más allá de su función de tránsito.

 

Bajo un acuerdo de cooperación entre las Armadas de Chile y Ecuador, firmado en 1909, el Buque Escuela General Baquedano realizó en 1910 un viaje hidrográfico desde Chile hacia Rapa Nui, con escalas en Guayaquil, Panamá y las islas Galápagos.

Durante su paso por el archipiélago, el buque visitó Floreana, San Cristóbal, Santa Cruz, Santiago, Baltra e Isabela, efectuando levantamientos costeros y de canales que posteriormente servirían para la cartografía utilizada por el South American Pilot de la British Admiralty, que entonces producía las cartas de navegación más importantes del mundo.  El Instituto Hidrográfico de Chile remitió esta información a Inglaterra en 1911, y los datos fueron incorporados en la edición de 1916 del South American Pilot. Antes de esa visita, la actual isla Baltra aparecía en las cartas como Seymour o Seymour Sur, para distinguirla de North Seymour. En la expedición chilena viajaban varios oficiales, entre ellos el teniente Humberto Baltra Opazo y el Guardiamarina Ernesto Llabaca León.

 

Todo indica que en el informe enviado por el Instituto Hidrográfico de Chile a la British Admiralty ya se identificaba la isla Seymour Sur como Isla Baltra, y el canal que la separa de Santa Cruz como Canal Llabaca. Así consta en los registros de la UKHO (United Kingdom Hydrographic Office) de 1915 y en la Admiralty Chart 1375, edición de 1930.

Con el tiempo, el nombre del canal se transformó en Itabaca, una adaptación fonética local del apellido original Llabaca. Aquellos oficiales chilenos dejaron así sus apellidos grabados en la geografía insular, como parte de nuestro registro histórico y de nuestra vida cotidiana.

 

Durante mucho tiempo se pensó que el nombre Baltra surgió cuando los estadounidenses instalaron su base en 1942, y que provenía de un código militar o incluso de un acrónimo. Sin embargo, la evidencia demuestra que “Baltra” ya existía antes de la guerra, y que “Beta” era simplemente la denominación interna de la base norteamericana.  Para sustentar esta información, verifiqué el origen genealógico del apellido Baltra, el cual proviene de Cataluña y llegó a Chile a fines del siglo XVIII. Aunque es un apellido poco común, se han identificado registros familiares del padre del teniente Humberto Baltra Opazo en Renca, desde 1864. Esta información coincide con la investigación de K. Thalia Grant, publicada en Galápagos Research N.º 71 (Fundación Charles Darwin, diciembre de 2024), basada en una revisión exhaustiva del Extracto del viaje de la corbeta General Baquedano (Acevedo A., 1918), además de una amplia bibliografía de fuentes primarias y secundarias.

 

¡Eso es Galápagos! Una fusión de naturaleza extraordinaria, historia única, mitos, leyendas y personas que convivimos en un espacio frágil y excepcional. Necesitamos sentirnos realmente conectados para protegerlo. Solo a través del conocimiento, el respeto, la coherencia y decisiones que hay que tomar podremos aspirar a la sostenibilidad que tanto deseamos.

 

Galápagos es para el mundo, … pero no es para todos!


Ricardo Arenas, Santa Cruz, 

2 de noviembre 2025.